Musgosamente mudo belfo
con tacto manso empuja fina sombra,
morro fofo arremanga húmedo labio,
ollares ciegos resoplan vida cálida,
enorme y descendida la cabeza busca
en ralo pasto parvo viento.
Y desde siempre por los dientes sigue
y rendido a su condena,
caballo como eterno y como sueño.
….
Es él. Está lloviendo.Es él.
Mi padre viene mojado.
Es un olor
A caballo mojado.
Es Juan Antonio Rojas
Sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad.
La noche torrencial se derrumba
Como mina inundada,
y un rayo la estremece.
…..
Yegua es la hembra del caballo
y yegua es mi mujer impronunciable
divina metalengua que pronuncio y no decoro
y salto y pateo y relincho y ya no sigo
sé que ella viene como un pasto dulce a perdonarme
estas palabras.
….
divina metalengua que pronuncio y no decoro
y salto y pateo y relincho y ya no sigo
sé que ella viene como un pasto dulce a perdonarme
estas palabras.
….
EL POETA A CABALLO
¡Qué tranquilidad violeta,
por el sendero, a la tarde
!A caballo va el poeta...¡
Qué tranquilidad violeta!
La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el señorío...
La brisa leve del río...
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Y el corazón se le pierde,
doliente y embalsamado,
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde...
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Se esté la orilla dorando...
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se está la orilla dorando...
¡Qué tranquilidad violeta,
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
!Qué tranquilidad violeta!
Juan Ramón Jiménez
....
Caballo de calesita
Pálido pero entrañable,
un caballo de calesita cabalga en círculos
con sus seis compañeros,
como un recuerdo mágico de la infancia.
Prendida a su cuello de madera blanca,
la crin se deshoja, sucia y desteñida.
Ha perdido el brillo su mirada de agua
y falta en su hocico la aureola amarilla.
Entre los estribos oxidados de alba,
de rocíos calmos, de calmas lloviznas,
su vientre redondo, con cierta elegancia,
cuelga todavía
y es aún su cola la espiga trenzada
que flameaba al aire las tardes de brisa.
Creo que lo arriaron en una mañana,
al cruzar un charco, orejas erguidas
y desde ese día, cabalga, cabalga
con seis compañeros entre la neblina.
¡Ay, si hemos corrido…! Esta vida gira
mucho más aprisa que aquella manada.
Ahí va mi caballo… ¿Me conocería?
Aún salta tan niño como yo saltaba.
Un amor furtivo le ha puesto la marca
de dos corazones sobre una rodilla;
por eso ahora todos en círculo marchan,
mirándose siempre, por si los lastiman.
Les han puesto un toldo de rojiza chapa
y un corral de espinas…
Y un cartel que a veces se ve en noches claras,
al iluminarse las gotas que giran
después de las lluvias en las telarañas.
Un cartel que dice: “Lo siento. No pases.
Aquí sólo entran criaturas y hadas”.
Prendida a su cuello de madera blanca,
la crin se deshoja, sucia y desteñida.
Ha perdido el brillo su mirada de agua
y falta en su hocico la aureola amarilla.
Entre los estribos oxidados de alba,
de rocíos calmos, de calmas lloviznas,
su vientre redondo, con cierta elegancia,
cuelga todavía
y es aún su cola la espiga trenzada
que flameaba al aire las tardes de brisa.
Creo que lo arriaron en una mañana,
al cruzar un charco, orejas erguidas
y desde ese día, cabalga, cabalga
con seis compañeros entre la neblina.
¡Ay, si hemos corrido…! Esta vida gira
mucho más aprisa que aquella manada.
Ahí va mi caballo… ¿Me conocería?
Aún salta tan niño como yo saltaba.
Un amor furtivo le ha puesto la marca
de dos corazones sobre una rodilla;
por eso ahora todos en círculo marchan,
mirándose siempre, por si los lastiman.
Les han puesto un toldo de rojiza chapa
y un corral de espinas…
Y un cartel que a veces se ve en noches claras,
al iluminarse las gotas que giran
después de las lluvias en las telarañas.
Un cartel que dice: “Lo siento. No pases.
Aquí sólo entran criaturas y hadas”.
Carlos Marianidis
...
Galope
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Rafael Alberti
...
EL POTRO
El potro se fue a la mar
y la mar estaba en calma,
soñando con barcos nuevos
y griteríos de piratas.
Potro que sin brida llega
con la crin enarbolada,
con estrellas en la frente
y lunas en la mirada;
pisa mantos de coral
con pezuñas de obsidiana
y al pisarlos manifiesta
la danza de la mañana.
En sus ojos resignados
lleva empuje que desata
la trepidante violencia
de fuerzas huracanadas.
Su potente resoplido
al inmenso valle de agua
con juvenil imprudencia
desafía y amenaza.
Mas... potro que se desboca
sin bridas y sin albarda,
ya sin sujeción alguna,
inminentemente... ¡Estalla!
Al ritmo de su trotar
quiere dar afecto y calma
una tarde borrascosa
que llega desesperada.
El meditabundo sol
con enrojecida cara
por enrojecido cielo
hacia el occidente marcha.
Y se presenta la noche
de galaxias coronada,
y encuentra al potro en el mar,
en el mar de pentagramas.
El viento se desmenuza
exhalando quejas largas,
enviando al potro mensajes
con ardientes bocanadas.
El potro ya nada escucha,
tiene la mente embriagada;
lo propulsan acordeones
y rasgueos de guitarra.
Llena de espectros y duendes
la arena de melodramas,
llora pensando que el potro
nunca volverá a pisarla.
El sonido de los cascos
y desgobernada gana,
ha despertado maligno
deseo en esferas altas.
En la tiniebla infinita
sin indicación de alarma;
un ruido de escaramuza
vino a perturbar el agua.
Mil relinchos inocentes
se escucharon en la playa
cuando la perversa noche
extendió su mano larga
y tomó al potro que fue
a la mar, estando en calma.
Se desvaneció del mundo
la adolescente pujanza;
y la techumbre del cielo
tuvo más puntas de plata;
cuando El Potro se perdió
en las geodésicas rayas
para ser constelación
en las noches estrelladas.
Humberto Garza
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